Ser arquitecto: proyectar




















Hasta este lugar del viaje, cuando me vuelvo a preguntar cómo me pienso como arquitecto, como arquitecto que respira al investigar, me digo que, paradójicamente, actúo como un arquero que ama coleccionar pequeñas rocas; alguien que recorre un camino que lo dirige hacia un horizonte que parece nítido, pero que desconoce si esa nitidez se debe a un profundo vacío… ¿hacia dónde?
Es un arquero porque, sin ser el mejor, ha aprendido a dirigir sus flechas con cierto tino hacia donde se espera o necesita. Mal que bien, sabe orientar y eyectar frágiles entidades hechas a mano, casi hilos de nada, filamentos de un imaginar, para que surquen la intemperie y alcancen, en un instante siempre futuro, en un demorado después de su aliento, un lugar; un preciso lugar en medio de un bosque de accidentes. Es una paradoja: alguien que cultiva el aire con saetas adora llevar consigo alforjas que pesan; tal vez así recuerda la gravedad que le sostiene. Ama coleccionar pequeñas rocas porque un amigo muy querido le explicó que con ellas, en los orígenes de la historia, alguien compuso por primera vez una melodía y enseñaba a otros el misterio de hacerlo. Quizás así comenzaron las palabras, pequeños restos invisibles de la tierra que vamos viviendo, que vamos siendo. Quizás así se componga aun nuestra vida en el mundo. Quizás haya sido Orfeo uno de aquellos amables aprendices y nosotros, el temblor de una telaraña en el instante que antecede el inminente alcance de lo proyectado a su destino.
(Fotografía: Arquero, de Abraham Alonso, 2009; tomada de su sitio en Flickr: fotostenerife)

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